Nos enamoramos a primera vista del Golfo de California, también llamado Mar de Cortés. Ese mar en el norte de México que el explorador español Francisco de Ulloa bautizó, en 1539, en honor a su jefe, el conquistador Hernán Cortés
  
Es un amor profundo e incondicional que germinó en ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos y se ha nutrido durante las cinco décadas que hemos deambulado por la zona entre mareas, las costas y más allá de este majestuoso mar. Al que el célebre explorador francés Jacques Cousteau llamó “el acuario del mundo”. 
  
Es un amor ciego forjado en lo que sabemos del Mar de Cortés, pero también en lo que desconocemos y que tristemente tal vez jamás sabremos. Nuestra búsqueda del conocimiento sobre este mar es un viaje inolvidable en compañía de incontables estudiantes y amigos, pescadores, profesores y científicos, ambientalistas, periodistas, políticos, empresarios y filántropos de México y Estados Unidos. 
  
Juntos hemos sido testigos de los daños que los excesos humanos han infligido en los extraordinarios recursos naturales de este mar y en el bienestar de sus comunidades costeras. Es un mar acosado por la sobrepesca, la pesca ilegal, los desarrollos turísticos, urbanos y agrícolas no sustentables. Por la acuicultura, la contaminación y el cambio climático. Y por la corrupción, el crimen organizado y el desdén gubernamental. 

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Bahía de Kino. Foto: Richard Brusca.

  
Por eso, en 2009, la UNESCO incluyó al Mar de Cortés en su Lista del Patrimonio Mundial en Peligro. 
  
Las principales amenazas son las prácticas pesqueras dañinas, especialmente las redes agalleras de enmalle y las redes de arrastre camaroneras. Dos de las artes de pesca más destructivas y menos selectivas que se hayan jamás diseñado, y que por muchos años han diezmado la vida marina y hoy amenazan de extinción a muchas especies. Las víctimas más conspicuas son la marsopa vaquita, el pez totoaba y las tortugas marinas. Y aún no podemos dimensionar la enorme destrucción de las comunidades del lecho marino, la mayoría compuestas por infinidad de pequeños animales. 
  
La sobrepesca colapsó repetidamente la pesquería de sardina—en 1992, 1998, 2004 y 2013—antes una de las pesquerías mexicanas más importantes y que depende de un pez crucial para las cadenas alimenticias de muchas especies y fuente importante de empleos. Parece que no hubiéramos aprendido nada de esta recurrente tragedia ambiental y socioeconómica. 

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Entre Punta Chueca y Bahía de Kino. Foto: Richard Brusca.

  
Hoy otra insidiosa amenaza se cierne sobre el Mar de Cortés. Una que, de materializarse, agregaría más presión a los ya de por sí asediados y frágiles ecosistemas—particularmente en la parte norte de este mar. La diferencia es que ahora esta amenaza la encabeza el gobernador de Arizona, un estado fronterizo que fue parte de México, pero que Estados Unidos nos arrebató en los conflictos de 1836 e intervención de 1846-1848—junto con California, Nuevo México, Nevada, Utah, Colorado y Texas. Un total de dos millones de kilómetros cuadrados. 
  
Antes de irse, el gobernador Doug Ducey y legisladores de Arizona quieren dejarnos otro desastre ambiental y económico: múltiples plantas desalinizadoras en algunas de las costas más vírgenes de Sonora—desde Puerto Libertad y Desemboque hasta Puerto Peñasco— para producir 247 millones de m³ de agua dulce cada año. Quieren despojar al Mar de Cortés de su sal para saciar la cada vez más insaciable sed de agua dulce en Arizona, impactando gravemente los recursos naturales y servicios ambientales de que dependen miles de mexicanos en esa región. 
  
El agua desalinizada sería entregada a los agricultores de Baja California mediante tuberías y canales para compensar parte de la deuda que tiene Estados Unidos para que cada año fluyan a México 1850 millones de m³ de agua del Río Colorado—liberando así esos 247 millones de m³ de agua para Arizona. 
  
Según el Central Arizona Project (CAP), construir estas plantas desalinizadoras costará entre 4, 500 y 4, 900 millones de dólares, y su operación requerirá de 293 a 319 millones de dólares anuales. Se miren por donde se miren, son cifras impresionantes. Y todo para recuperar sólo 13% de la asignación de agua que le corresponde a México cada año. Hay algo fundamentalmente erróneo en esta trama. 
  
La desalinización extrae la sal del agua, dejando una salmuera tóxica que daña los ecosistemas costeros y marinos. Altera los ecosistemas coralinos, los pastos marinos y las comunidades que viven en los sedimentos suaves del fondo. Cada litro de agua potable deja como residuo un litro y medio de salmuera contaminada con cloro y cobre—residuos tóxicos que elevan la temperatura, la salinidad y la turbidez del agua de mar, perjudicando la vida marina y obligando a los peces a migrar. 
  
Las tuberías que extraen el agua del mar succionan diariamente millones de criaturas marinas, dañando la biodiversidad acuática y matando enormes cantidades de plancton, huevos y larvas de peces—y una infinidad de organismos claves que sustentan las cadenas alimenticias que sustentan la vida marina. El gobernador Ducey quiere construir plantas desalinizadoras en las rutas migratorias de larvas y juveniles de peces costeros, muchos de ellos de gran importancia comercial para México. 
  
La construcción de carreteras y otra infraestructura para suplir de electricidad a esos sitios remotos acarreará otros impactos ambientales graves. La desalinización por ósmosis inversa (la tecnología que planea utilizarse) es de las más costosas, que más energía demanda y aumentará las emisiones de carbono a la atmósfera. De hecho, es probable que tengan que construirse nuevas centrales eléctricas a base de combustibles fósiles para abastecer la enorme cantidad de energía que requerirán las plantas de desalinización. 
  
Los impactos nocivos de las plantas de desalinización han sido demostrados en otras partes del mundo, particularmente en el Mar Mediterráneo, un mar semicerrado muy parecido al Mar de Cortés. 
  
Nos oponemos a la idea del gobernador Ducey de desalinizar el Mar de Cortés. Hay demasiadas incógnitas sobre sus planes y, especialmente, sobre cómo evitará dañar más a un mar que hoy sufre serias presiones originadas de otras actividades humanas. 
  
Hay maneras mucho menos costosas y con menor impacto ambiental para conseguir esos 247 millones de m³ de agua dulce anuales en Arizona. Por ejemplo, exigir a los campos de golf que sólo utilicen agua residual tratada y reciclada, y eficientizar la captura de agua de lluvia para recargar los mantos acuíferos. Pero también limitar o descontinuar los cultivos que consumen grandes cantidades de agua, como el algodón y la alfalfa.   
  
¿Por qué no, gobernador Ducey, sigue usted esa ruta más sensata y sustentable? Una que no le costaría miles de millones de dólares a sus contribuyentes en Arizona y que no dañaría al “acuario del mundo”.